
Una vez al año conviven en México los vivos con los muertos. Inspirados por la creencia de que la muerte es la transición de una vida a la otra, se celebra durante los últimos días de octubre y los primeros de noviembre el reencuentro con el recuerdo de seres queridos. Resultado de la unión de dos civilizaciones, la costumbre de las culturas mexicanas precolombinas se intercala con las creencias católicas. El resultado es una celebración alegre y colorida en la que la muerte asume una expresión vivaz y amistosa. Los pueblos prehispánicos creían que las almas no morían, que seguían viviendo en un lugar especial llamado Mictlán donde descansaban hasta el día en que podían volver a sus hogares y visitar a su familia. Los antiguos pueblos de México celebraban la regreso de las almas entre los meses de julio y agosto. Como también hicieron con templos y Dioses, los españoles durante la Evangelización cambiaron las festividades al 2 de noviembre, haciéndolas coincidir con el Día de Todos los Santos.

Se trata de una tradición ancestral que, intercalada con el catolicismo resultó en un momento y espacio especiales para celebrar la vida y el legado de los seres queridos, a quienes les hemos ofrecido en un altar la fragancia de las flores, la luz de las velas, el aroma de la comida y la solemnidad de las oraciones.
Parte intrínseca de estas fechas que nos separa de otras naciones es que nuestro pueblo ve en ellas un momento para burlarse de la muerte con calaveras hechas de azúcar, chocolate y amaranto, que se regalan a un amigo con su nombre para que éste pueda "comerse su propia muerte"; también con poemas satíricos dedicados a una persona en particular conocidos como Calaveras, y aún con artesanías especiales que aluden a distintos aspectos de los vivos que representan con esqueletos.
La cosecha de la flor de cempasúchitl, también conocida como la flor de los veinte pétalos o flor de los muertos, marca el inicio de los preparativos y las frutas, verduras, y platillos especiales se preparan y colocan en el altar para que el alma deguste la esencia y aroma de los alimentos. El primero de noviembre se realiza en muchos pueblos de Michoacán el rito de la Velación de los Angelitos, en particular en los cementerios de las islas de Janitzio y La Pancada en el Lago Patzcuaro. Las niñas vestidas con blusas de satín, faldas de colores, delantales primorosamente bordados en punto de cruz con medias blancas y zapatos brillantes, son el centro de esta ceremonia. Los niños ayudan a llevar las flores e interpretan canciones a sus hermanitos fallecidos con pequeños instrumentos musicales. A un costado del cementerio las madres y abuelas observan a los pequeños durante el ritual; es así que los padres transmiten a sus hijos la tradición.
Los altares son la pieza central de toda ofrenda, decorados con diferentes estilos, todos representan un lugar de comunión espiritual. En muchos pueblos la vigilia en el cementerio dura la noche entera, en otros tiene lugar durante el día; muchos combinan las oraciones con el sonido de la trompeta en un conjunto de mariachis y algunas celebraciones incluyen bailes rituales.
El Día de los Muertos es un momento de reflexión sobre lo que la vida significa y la misión que en ella hay que cumplir. Para unos, la muerte es un sentimiento doloroso por la separación física del ser amado; para otros es trascendencia, transformación y resurrección. Durante el Día de los Muertos aflora todo sentimiento y creencia que da vida a la memoria de nuestros seres amados.
Este año después de que pidas tu "calaverita", mientras comes un pedazo de Pan de Muerto o al pasar frente a una Ofrenda de Muertos en algún lugar público, reflexiona sobre lo que para ti significa esta fecha y como te gustaría preservarla. Disfruta de tu fiesta de Halloween y gánate algo por tener el disfraz más original, pero después compra algunas flores de cempasúchitl y regala una calaverita de dulce a tu mejor amigo... o enemigo! Tú decide.
Feliz Día de Muertos.
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