sábado, 14 de mayo de 2011

In Memoriam

Hace unos días, alguien especial para mí se nos adelantó en ese largo camino que a todos nos aguarda hacia el otro lado del río. A la vez triste, porque pasará un tiempo antes de que nos reencontremos, y tranquila porque donde él está ya no hay dolor; pasé gran parte de la semana debatiendo mi mente y corazón en este conflicto de emociones. Como un irónico reflejo del desasosiego dentro de mí, esta misma semana pasamos una fecha que conlleva particular felicidad: El día de las Madres.

Así pues, entre tristezas y alegrías recordé una poesía que leyera yo en mi infancia y que me recuerda muchísimo a mi madre. Gracias a Dios, aún no puedo decir que haya vivido en carne propia la tristeza de la que habla dicha composición; sin embargo, la pérdida de un ser cercano no me es ajena y todos los que se llaman afortunados como yo, podemos relacionarnos con las pesadillas que de tal ausencia se derivarían.

Porque igual duele un padre o una madre, porque la falta de nuestros seres queridos es siempre difícil de aceptar, aquí les dejo este poema.

A tí que ya no estás entre nosotros, te quiero. Saluda a aquellos que hace tiempo no vemos, los tenemos en nuestro corazón y en nuestros rezos. Dicen que uno sólo muere cuando nadie lo recuerda más; ustedes tienen mucha vida por delante.


UN RECUERDO

Es un recuerdo dulce, pero triste,
de mi temprana edad;
mi madre me llevaba de la mano
por la orilla del mar.

Alzábanse las sombras de la tarde
como pardo cendal,
y a gritar comenzaba en la cañada
en huaco pertinaz.

[…]
Más de improviso, atravesando el viento,
escuchóse fugaz
de las campanas de la aldea vecina
tañido funeral.

Detúvose mi madre y en silencio
la contemplé rezar,
y de llanto llenáronse sus ojos
y se inmutó su faz.

-¿Porqué lloras mi madre? Le decía
con dulce ingenuidad,
y ella me contestó dándome un beso:
-Es preciso llorar;

Que con lúgubre toque las campanas
anunciándome están
que un hombre, como todos, de esta vida
pasó a la eternidad.

-¿Y tú te has de morir? La dije entonces,
¿Tu amor me faltará?
Y ella sin contestar, nomás lloraba
y yo lloraba más.

Sobre su seno recliné mi rostro,
y ella con dulce afán,
enjugando mis lágrimas, decía:
-Vamos, ya está, ya está.

Pocos años después perdí a mi madre,
no ceso de llorar
y en sueños la contemplo cada día;
del Cielo viene ya.

Llega y se acerca hasta tocar mi frente
su rostro celestial,
y con acento tierno me repite:
-Vamos, ya está, ya está.

Rosa Espino.

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